Hace diez años, un 25 de junio de 2009, el mundo se despertaba con la noticia del fallecimiento de
Michael Jackson.
Las primeras noticias que nos llegaron hablaban de un paro cardiorrespiratorio, aunque días más tarde comenzó a cobrar fuerza la noticia de que su muerte habría sido causada por una sobredosis de distintos calmantes y se culpó a su médico personal, Conrad Murray, de homicidio involuntario por el que el doctor pasaría dos años en prisión.
Su funeral privado se celebró el 3 de septiembre de 2009 en el Gran Mausoleo de Holly Terrace, situado en el cementerio Forest Lawn de Los Ángeles, donde está enterrado.
Su legado musical y artístico quedará para siempre, de la misma manera en que siempre estarán ligadas a su figura las acusaciones de abusos a menores que sacudieron el mundo y siguen sacudiéndolo hoy día.
Desde entonces el mundo sigue con la misma pregunta. ¿Era un genio o un abusador? La respuesta, tristemente, es ambas. No cabe duda de que Jackson fue artista pop más influyente de todo el siglo XX, que innovó como ningún otro en su campo y dejó una huella imposible de borrar, pero no es menos cierto que era un hombre enfermo.
Sus fans más acérrimos siguen defendiendo su inocencia ante las diferentes acusaciones de abusos a menores. Otros tanto intentan justificarlo señalando abusos que él mismo había sufrido por parte de su padre, y de cómo la fama mundial y la adoración de todo el planeta terminaron de desviarle de su camino.
Aún hoy, los psicólogos intentan analizar cómo Jacko lidió con la enorme presión que conlleva ser la estrella mundial más célebre del planeta, pero es difícil llegar a resultados cuando no se puede comparar con ningún otro caso, básicamente porque
nadie ha sido tan famoso en este mundo como lo fue
Michael Jackson en su momento de mayor gloria.
Como decimos Jackson era un hombre enfermo al que, debido a su fama, se le consentían los mayores caprichos imaginables.
Cuando eres rey pocos se atreven a decirte la verdad a la cara, por lo que su contacto con la realidad, con los hechos y las consecuencias de estos, comenzaron a parecerle cada vez más borrosos.
Diez años después de su muerte su música sigue ahí. Sigue siendo un hito en la industria y nadie se ha acercado siquiera a los niveles de celebridad que Michael atesoraba. Pero desde que se empezaron a conocer las primeras acusaciones de abusos en el ya lejano 1993, nada fue lo mismo.
Durante la siguiente década aparecieron más testimonios de niños que habrían sufrido de abusos por parte del cantante, principalmente en su rancho Neverland, en California.
Finalmente, en 2006, las autoridades de EEUU ordenaron el cierre de Neverland. La declaración oficial es que la clausura del rancho se debía a impagos del personal de la mansión y problemas burocráticos, pero la leyenda negra habla de oficiales del FBI encontrando pruebas fehacientes que lo señalarían como un abusador.
Sus últimos años de vida no habían sido especialmente prolíficos, pues los pasó enfermo y escondiéndose de la prensa en su rancho, pero las discográficas se aseguraron de sacarle partido a su fallecimiento. Discos póstumos y una película, This is it, que seguía al Rey del Pop durante la última gira que daría en su vida. Jackson se convirtió de nuevo en superventas para único disfrute de sus herederos y representantes.
La historia de Michael Jackson es un recordatorio de que la fama puede potenciar problemas mentales ya existentes, de cómo nos negamos en ocasiones a enfrentar la realidad debido a ideas preconcebidas que tenemos de otras personas y de cómo la persona que lo consiguió todo nunca alcanzó una verdadera felicidad. La adoración de todo un planeta nunca puede disculpar el daño a un niño.
Hoy seguimos lidiando con la idea de poder disociar entre el talento y el crimen. Preguntándonos, cada vez que suena una de sus canciones en la radio, si podemos permitirnos disfrutar del incuestionable genio de una persona que, por otro lado, era un abusador de menores. Una pregunta que todos tenemos que encarar tarde o temprano.
Redacción COSMO
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