Todos conocemos el poder reparador de un abrazo, el sentirse cobijado junto a otra persona y estrechar nuestros cuerpos en una unión de cariño y amor. Es un gesto que llevamos practicando desde que vivíamos en árboles hace millones de años.
De hecho, la necesidad de recibir abrazos comienza en el mismo momento en el que nacemos, pues durante los 9 meses anteriores nos hemos acostumbrado a vivir en el duradero abrazo del cuerpo protector de nuestras madres.
Esta es una razón, entre otras muchas, por la que los recién nacidos son colocados inmediatamente en el pecho de sus madres. Un abrazo ayuda a bajar nuestros niveles de estrés ya que, aunque no nos acordemos, nacer es bastante estresante. Pasamos de flotar en la tranquilidad más absoluta a ser arrojados a un mundo exterior que ni conocemos ni comprendemos.
El contacto con la piel de un ser querido reduce la producción en nuestro cuerpo de las hormonas responsables del estrés, como el cortisol.
Nos hace entrar en un estado de calma que muchos científicos vinculan con la sensación, que no recordamos pero que tampoco olvidamos, de permanecer en calma en el interior de nuestra madre.
Esta reducción en los niveles de cortisol hace que nuestra frecuencia cardíaca disminuya, lo que ayuda a que todo nuestro cuerpo funcione con más eficiencia.
Hay territorios que la ciencia todavía no ha podido recorrer. Sabemos a ciencia cierta, nunca mejor dicho, que los abrazos son inmensamente positivos, pero no hemos podido demostrar aún los procesos mentales que hacen que así sea.
En un reciente experimento publicado en la publicación Science Report se pedía a un grupo de personas someterse a una resonancia magnética funcional. Se avisó a cada uno de ellos que, sin previo aviso, podrían recibir una pequeña descarga eléctrica en el tobillo, lo que conllevaba que los participantes estuvieran nerviosos y con los niveles de cortisol por las nubes. Se pedía también a estas personas que se hicieran acompañar por un ser querido mientras participaban en las pruebas, y tenían permitido darles la mano (otra forma de abrazar) mientras el experimento se desarrollaba.
Los resultados no solo mostraron que aquellos que se hicieron acompañar tacto mediante redujeron significativamente sus niveles de estrés. Además, los científicos descubrieron que mientras más cercano era el vínculo con sus acompañantes, más de veían reducidos sus niveles de cortisol. Esto lleva a la conclusión de que los abrazos no solo nos afectan físicamente, sino también están fuertemente vinculados a nuestra mente.
Y mientras reducen nuestro estrés nos reportan alguna de las sustancias más codiciadas de nuestro organismo: el contacto con la piel de un ser amado eleva nuestro niveles de oxitocina, la llamada hormona del amor y de la felicidad. para sorpresa de nadie, la oxitocina está fuertemente vinculada a nuestros primeros momentos de vida y a todo el periodo lactante, durante el que nosotros mamíferos nos alimentamos gracias a nuestras madres.
Sabemos que no necesitas que la ciencia te confirme las muchas maravillas que contiene el abrazo de un ser querido. Y ahora es momento de practicarlo. ¡Abraza a alguien hoy!
Redacción COSMO
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