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isabel, de Madrid
isabel, de Madrid:

Llevaban dos horas de intensa huida a la carrera cuando por fin se concedieron tener el primer descanso. Las respiraciones entrecortadas y un cruce de miradas, no se necesitó más para que ambos volvieran a ser dos amantes. El plan parecía ir a la perfección. La besó. Por un momento, en aquel jardín bajo la luz de las estrellas, todo volvió a estar en orden. Ella no se iría a ningún lugar, no la dejaría escapar. Por un instante, notó cómo ella pasaba su mano por el pelo y él la tomó por la cintura. La tiró al suelo y se situó sobre ella recorriendo con una de sus manos aquel cuerpo que conocía tan bien. Y, sin previo aviso, el agua le atacó la cara. Ella se rió, se zafó de él, se descalzó y corrió en círculos evitando grácilmente que los aspersores mojaran su vestido. La contempló tumbado en el césped, tan libre y tan bella que no se pudo resistir. Fue tras ella con la ropa empapada y cuando la tuvo entre sus brazos dejo que uno de los múltiples aspersores la rociara entera. La volvió a besar. Ella le quitó su camiseta y besó una de las gotas que le bajaba por el pecho. Se volvieron a tumbar en el césped y, mientras el sistema de riego les refrescaba, lentamente las prendas aparecían sobre el césped a su alrededor. Dejaron que el césped húmedo les acariciara sus cuerpos. La carrera y lo asombrosamente cálido de aquella noche de primavera los dejó sedientos, pero encontraron un lugar donde saciar la sed: el cuerpo del otro. Pasó sus manos por los muslos de ella para secarla y, tras beber una gota de agua de sus labios, la recorrió beso a beso hasta alcanzar sus senos. Ella se estremeció y apretó sus manos contra la espalda de él indicando que ya podía entrar. La poseyó bajo aquella lluvia artificial con alguna gota rebelde cayendo sobre su cuerpo que le indicaba en qué lugar debía depositar un beso. Se durmieron abrazados. Lo que ocurriera a partir del amanecer sería su nueva vida juntos.

isabel, de Madrid
isabel, de Madrid:

Llevaban dos horas de intensa huida a la carrera cuando por fin se concedieron tener el primer descanso. Las respiraciones entrecortadas y un cruce de miradas, no se necesitó más para que ambos volvieran a ser dos amantes. El plan parecía ir a la perfección. Él estaba nervioso pero en ningún momento permitió que se le notara y con su mirada más cálida la atrajo hacia él. La besó. Por un momento, en aquel jardín bajo la luz de las estrellas, todo volvió a estar en orden. Ella no se iría a ningún lugar, no la dejaría escapar. Por un instante, notó cómo ella pasaba su mano por el pelo y él la tomó por la cintura. La tiró al suelo y se situó sobre ella recorriendo con una de sus manos aquel cuerpo que conocía tan bien. Y, sin previo aviso, el agua le atacó la cara. Ella se rió se zafó de él, se descalzó y corrió en círculos evitando grácilmente que los aspersores mojaran su vestido. La contempló tumbado en el césped, tan libre y tan bella que no se pudo resistir. Fue tras ella con la ropa empapada y cuando la tuvo entre sus brazos dejo que uno de los múltiples aspersores la rociara entera. La volvió a besar. Ella le quitó su camiseta y besó una de las gotas que le bajaba por el pecho. Se volvieron a tumbar en el césped y, mientras el sistema de riego les refrescaba, lentamente las prendas aparecían sobre el césped a su alrededor. Dejaron que el césped húmedo les acariciara sus cuerpos. La carrera y lo asombrosamente cálido de aquella noche de primavera los dejó sedientos, pero encontraron un lugar donde saciar la sed: el cuerpo del otro. Pasó sus manos por los muslos de ella para secarla y, tras beber una gota de agua de sus labios, la recorrió beso a beso hasta alcanzar sus senos. Ella se estremeció y apretó sus manos contra la espalda de él indicando que ya podía entrar. La poseyó bajo aquella lluvia artificial con alguna gota rebelde cayendo sobre su cuerpo que le indicaba en qué lugar debía depositar un beso.

 


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