Soy una loca del esquí. Me gusta mucho, muchísimo, mogollón. Llevo sobre unas tablas desde los siete años. Pero entre embarazos, partos (en diciembre) y recuperaciones de partos, me he pegado cinco años sin pisar la nieve. ¡Cinco! ¡Un lustro! Que se dice pronto.

Pues hoy he dado al traste con la racha en secano. Por fin he esquiado. Y me he llevado a toda la familia. ¡Me hace una ilusiónnnn!

Ahora, hay que decir que se cumple la siguiente proporción: cuanta más ilusión, más se me vacía el bolsillo. Porque cuatro días solo de parque de nieve y guardería nos han salido por unos 340 eurazos del ala. Súmale a eso los forfaits de adultos, el hotel, las comidas, el alquiler de equipo, la gasolina… Una ruina total.

Para colmo de males, buscamos sitio para cenar, y todo lleno. En uno de los sitios donde lo intentamos y nasti, le pedimos que nos recomienden un restaurante. Nos recomiendan. Vamos. Ya de lejos me parece leer algo tipo «marisquería». En la puerta, avanzando la hora, atenazando el hambre, aunque estaba el menú expuesto fuera, le digo al Señor de las Bestias: «Entremos, venga, sin leer» (porque si lo leemos, estaba segura de que no íbamos a entrar). Y ya me debí de oler algo cuando veo unas mesas muy monas puestas y apenas gente… Resumiendo, sitio de los caritos.
La cara de Don Bimbas al ver los precios…

Que yo me pregunto, con el tema del esquí y sus aledaños, así en general… ¿por qué no sería yo una loca del ping-pong?
