La ciudad de Domrémy, en Francia, veía nacer el 6 de enero de 1412, a Jeanne d’Arc, más conocida como Juana De Arco, en el terrible marco de la Guerra de los 100 años, que enfrentaba a Carlos VI por Francia y a Enrique VI por Inglaterra, para conseguir la corona francesa.
Juana comenzó a contar cuando cumplió los 13 años, que Santa Catalina, San Miguel y Santa Margarita se le aparecían en visiones y le encargaban llevar una vida piadosa y liberar a Francia.
Y aunque intentó convencer a Carlos de que era la elegida, tras ser rechaza en innumerables ocasiones, dada la situación del país, finalmente le concedió capitanear a cinco mil hombres contra Enrique VI, en una batalla que sería histórica.
Carlos VI fue coronado rey, tras la innegable victoria de Juana, y aunque no creía en ella, finalmente tuvo que sucumbir ante la evidencia.
Pero Jeanne no pudo disfrutar de su victoria ya que fue reclamada para el asedio de Compiègne en París, donde acabó siendo apresada por los borgoñones, procesada y condenada por un tribunal eclesiástico por brujería, en un injusto juicio que duró varios meses, y que se saldó el 30 de mayo de 1431 con la terrible ejecución publica de Juana, quemada viva en una hoguera.
La propia Iglesia católica, bajo el mandato del papa Benedicto XV, proclamó en 1920 a Juana de Arco, patrona de Francia, reconociéndola como mujer que dio su vida por su país, en un intento, que llegó muy tarde, de pedir disculpas por un espantoso y más que injusto crimen.
Juana sigue siendo un modelo a seguir en la lucha por los valores en los que una cree, y un ejemplo claro de mujer valerosa que cambió la historia del mundo, por su fortaleza y convicción. Sigue siendo la pura imagen de la mujer luchadora y reivindicativa, seis siglos después.
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